domingo, 3 de julio de 2011

"Proyecto mágico"
























              "Sueños, pensamientos, lágrimas y suspiros y deseos, nobles escoltas de la fantasía."

                                                                                       Sueño de una noche de verano, W. Shakespeare

Dicen que Vinicius de Moraes componía en su bañera, borracho de whisky y que Burroughs escribía mientras a su alrededor se multiplicaban los excesos de fiestas interminables. A Henry James lo abrumaba la altivez de los lugares hermosos ("Venecia no toma prestado, no puede dar sino con magnificiencia.") y se frustraba trabajando cerca de ellos, prefería rodearse de una atmósfera austera y moderada y prestarle así a la estéril aridez circundante algo de "su luz", de su imaginación como escritor. Al igual que en un juego de cajas chinas, Emily Dickinson se encerró primero en su aldea de Amherst, más tarde eligió la reclusión de su casa y dentro de ella "el color blanco y el no dejarse ver por los pocos amigos que recibía."
Un preciso cosmos hecho de imperiosos rituales e íntimas obsesiones, extrañamente único en su particularidad y parte esencial de la creación artística. Aferrarse a él en momentos de desasosiego es una salvación.
Siempre tuve la superstición de que las viejas mesas de madera transmiten a lo hecho sobre ellas un poco de su nobleza: mis manos y papeles prefieren sin duda el roce con este antiguo material al contacto frío y anónimo de una tabla de plástico. También me gusta la cercanía de los lápices negros de punta ultrafina y de  libretas donde anotar ideas; adoro cajas y latitas en todas sus variantes; el comienzo y el final del día me resultan más inspiradores y, si de sustancias narcóticas se trata, elijo la compañía del vino por su lento pero perturbador modo en que te deja llevar.