Popurrí de origamis.
Desde que vi el film de Mike Leigh, su título, se convirtió en el mantra que recito cada vez que las cosas parecen empezar a salir mal. "Happy go lucky", "happy go lucky"... sostengo entre mis labios como si, en efecto, de un amuleto se tratara, y, tarde o temprano, todo el presumible poder de una realidad descolorida por lo negativo retrocede sin más.